Las fronteras son espacios de incertidumbre, especialmente para los migrantes clandestinos, quienes viven su odisea en contextos de gran tensión emocional. En su recorrido, la cultura sensorial y sonora juega un papel fundamental. Es así que el conocimiento sonoro de los migrantes se suma a un vasto concierto de armonías, donde cada uno aporta su propio sonido, con el cual es acogido o excluido por la sociedad.
A pesar de las múltiples referencias sonoras y musicales presentes en ambos lados de la frontera, existen grandes diferencias acústicas entre ellas: cada entorno tiene sonidos que le dan identidad y reflejan tanto la ontología del otro como las transformaciones culturales de cada sociedad. De este modo, la escucha colectiva de la cultura otorga sentido a cada manifestación acústica. La relación entre la auralidad y la cultura es, por lo tanto, un elemento central en la forma en que los grupos humanos se entienden a sí mismos y se relacionan con el mundo.